CERTAMEN LITERARI I CONCURS FOTOGRÀFIC
Ací tenim els guanyadors d'enguany del certamen literari i del concurs fotogràfic convocat per l'AMPA
Certamen literari:
1er premi: Violeta Hernández (3er ESO)
2on premi: Alejandro García Oviedo (1er Batxillerat)
3er premi: Lorena Pérez (2on Batxiller)
Concurs fotogràfic:
1er premi: Alejandro García (1er Batxillerat)
2on premi: Andrés Sanchez (2on ESO)
3er premi: Paula talavera (1er Batxillerat)
A continuació podeu llegir els seus relats:
EL VIAJE
El vagón del metro estaba lleno, como todos los días entre semana. Es
difícil encontrar un asiento vacío a esas horas, así que suelo viajar de pie,
pero no me importa. Algunas caras ya me son familiares, pero otras no.
El viaje hasta el instituto es siempre muy monótono, muy aburrido, y
por eso me invento juegos como adivinar a donde van las personas, cómo será la
casa en la que viven… o el más habitual que es intentar adivinar en què
trabajan o qué estudian.
Son juegos absurdos, ya lo sé, porque además nunca puedo comprobar si
he acertado o no en mis sospechas, pero me permite tener ocupado el tiempo y
hacer más cortos los más de veinte minutos de viaje sin tener que sacar el
móvil de la mochila.
Y eso es lo que más me cuesta, no tenerlo en la mano.
Con el móvil reconozco que era todo más divertido y más sencillo, eran
infinitas las posibilidades de entretenerme, y eso hacía que los viajes
parecieran excesivamente cortos. Podía estar contestando mensajes, mirando los
perfiles de otras personas (algunas conocidas y otras con las que jamás
coincidiré, qué curioso ¿verdad?), conociendo la vida de la gente a través de
sus fotos en Instagram, Facebook, y tantas otras redes sociales. Pero a la vez
también me fascinaba ver en youtube los comentarios y análisis de juegos,
bromas que algunos youtubers gastan para ganar suscriptores, gadgets de última
generación, o participar en algún foro de los miles que hay.
Mientras siguen transcurriendo las paradas del metro, con su subir y
bajar de gente, con ese pitido irritante del abrir y cerrar de puertas, intento
no mirar fijamente a todos
los que se entretienen con el móvil en las manos. Me pone de los
nervios, me entran picores, estoy inquieto, y aunque estoy sentado, no cojo la
postura para estar cómodo…
Bueno, pero volviendo a mi afición más reciente, ¿Sabéis por ejemplo
cómo intento adivinar la profesión de los viajeros? Bien, pues me fijo primero
en las cosas más visibles, como la ropa, los uniformes, alguna marca o nombre
comercial en el vestido o traje…. pero lo cierto es que eso es muy evidente
¿no?. En segundo lugar me detengo en los accesorios: mochila, cartera de cuero,
bolso pequeño o grande, caja herramientas, bolsa de deportes con otra posible
vestimenta…. El tercer paso es observar sus manos, sus dedos, sus uñas…dicen
mucho del trabajo que uno realiza, y si no me permite saber con exactitud el
trabajo, al menos si que puedo descartar muchos dependiendo de éste dato. ¡Y
que no se me olviden los zapatos!, observo con detalle el calzado por si me da
esa última pista que necesito…. antes de que se baje en la siguiente parada, ja
ja ja ja.
Pero hoy era un día especial,
esta mañana era diferente, quise jugar como nunca lo había hecho antes, decidí
ir más allá, quise saber algo más de todas aquellas personas que compartían
viaje conmigo. Quería plantearme un nuevo reto. Esta mañana jugué a descubrir
si tenían algún problema como el mío, alguna manía, alguna adicción, alguna
clase de dependencia, y aquí incluyo desde el tabaco, el alcohol, el juego,
internet….. ¿sabéis qué descubrí? ¿sabéis a qué conclusión llegué con toda mi
experiencia como “observador”?
Pues sencillamente que no pude
llegar a ninguna conclusión. Nadie exteriorizaba nada que pudiera darme una pista,
y lo que es peor, llegué a pensar que cualquiera de ellos podría tener una
fuerte adicción o algún problema grave, y no mostrar signos externos de ello… me
preocupó. Me hizo pensar en mí mismo y en mi situación.
No recuerdo el momento en el que
comenzó mi dependencia absoluta del móvil y de internet, es como si hubiera
formado parte de mi toda la vida, pero lo que sí que tengo
claro es el día en el que me di cuenta de que estaba enganchado. Fue
cuando sumé las horas que pasaba en las redes sociales, jugando con la game,
intercambiando mensajes, subiendo y comentando fotos, o simplemente navegando
por la red…. y eran superiores a las que dedicaba al estudio, a mis amigos, a
mi familia en casa… y ¡hasta superior a las horas de sueño!
Algo no andaba bien, pensé.
Y fue gracias a un programa de la televisión que hablaba de los
problemas de los adolescentes y que animaba a reconocerlos y abordarlos sin
miedo, que decidí pedir ayuda.
El timbre del metro sonó tres veces por megafonía, había llegado a mi
parada. Subí de dos en dos las escaleras que llevan desde el andén a la calle,
y solo tuve que cruzar la calle para llegar a mi destino.
Me senté en la sala de espera después de dar mi nombre a la enfermera
que atendía a la entrada. Había tres personas sentadas leyendo unas revistas.
Dije buenas tardes y asintieron con la cabeza, y sin decir palabra siguieron
leyendo. Yo saqué de mi bolsillo un papel doblado en cuatro partes. Lo volví a
leer igual que lo había hecho tantas veces, intentando memorizarlo, releyéndolo
en voz alta, intentando retener palabra por palabra, porque tenía que coger el
valor suficiente para poder decirlo en voz alta, de una sola vez, sin necesidad
de leerlo.
Pero cuando llegó el momento me derrumbé. Mi nombre sonó algo
distorsionado por la megafonía de la sala de espera y entré en la consulta del
doctor. Me senté en la silla que había delante del escritorio. El médico estaba
acabando de tomar unas notas en una agenda que había sobre la mesa. De repente
me quedé como paralizado, no supe qué decir, no supe cómo decirlo, lo había
ensayado tantas veces... simplemente bajé la mirada, me metí la mano en el
bolsillo y volví a sacar aquel papel y se lo entregué al médico sin apenas
levantar la cabeza.
El doctor cogió unas gafas azules que tenía sobre la mesa, se las puso
y leyó en silencio y con mucha atención mi carta. Estaba escrito a mano, y solo
decía esta frase: “Doctor tengo un problema: soy ciberadicto”
Cuando la acabó de leer, se retiró las gafas y mirándome fijamente de
nuevo, me dijo:
-Diego, escúchame.
Levanté la cabeza muy lentamente, con más vergüenza que miedo, y
cuando coincidimos las miradas, el doctor se volvió a dirigir a mí.
-Mi hijo también ha pasado por
ahí. Estas en buenas manos, y eres valiente reconociendo tu problema. Quiero que
sepas que no estás solo y que te vamos a ayudar.
Alejandro García Oviedo, segon premi.
EL FUTURO ES AHORA, CHICOS
Por mucho que gritara en la calle nadie lo escuchaba. Todos, sin
excepción, oían sus gritos desgarradores y pasaban por delante de él, sin
preocuparse siquiera por aquel profeta miserable y desesperado que trataba de
advertirles sobre su propio destino.
Todo empezó el día que le pusieron una Game Boy entre las manos,
cuando era pequeño, muy pequeño, y empezó a jugar como si no tuviera una vida
por delante y sólo le quedara ese día para jugar y jugar. No preguntó por qué,
pero el caso era que había que entretener al niño de alguna forma.
Pasó el tiempo y nunca fue un gran estudiante: después de comer, se
sentaba a ver la tele y devoraba plácidamente programas, los que fueran,
hablaran de lo que hablaran y la quitaba sólo cuando empezaban los
documentales, para ponerse a jugar hasta la hora de cenar a la Play Station ; a
la noche se acordaba de que al día siguiente había un examen y se miraba la
lección hasta altas horas de la mañana. Cuando no podía más, sin embargo, hacía
de tripas corazón para echarse una última partida al Moto GP, sólo por
relajarse. Cuando le daban las notas suspendidas y lo castigaban sin la Play ,
se echaba al suelo, se arrancaba los pelos, lloraba, chillaba, argumentaba que
no sabía qué hacer, que él no tenía la culpa de ser un estudiante tan mediocre…
Con la edad y repitiendo cuarto de ESO, le sobrevino un amago de
madurez: descubrió que los videojuegos tenían unos creadores y se propuso estar
entre sus filas. Por primera vez en la vida tenía un objetivo más importante
que pasarse una pantalla de las motos, de los coches, de los marcianitos o del
Mario. Sin embargo, los padres del pobre incomprendido, que ya había cumplido
los dieciséis, se habían cansado de derrochar su dinero en profesores, clases,
academias y, en general, mejores colegios con mejores programas educativos. Así
que si el jovencito quería seguir estudiando y hacer un bachiller o un ciclo,
tendría que demostrarlo, pero
hasta entonces mejor trabajar que fundirse los ojos delante de alguna
de las pantallas que decoraban la casa.
Con su propio dinero, que ganaba en el desguace, es como descubrió los
salones recreativos, en los que pasaba las mañanas. Ahora, trabajaba de tarde,
estudiaba e iba al instituto al turno de noche, por las mañanas se despejaba
entre sonidos estridentes y repetitivos, coches, motos y marcianitos de píxeles
que le costaban veinticinco pesetas por minuto y echaba cabezadas cuando podía.
Había tenido que llegar a quedarse en la calle, gritando en la acera, echando
por la boca toda su desesperación, para darse cuenta de que podría haber
invertido mejor aquel tiempo y aquel dinero.
Sus padres ya daban por hecho que tenían por hijo un caso perdido,
pero no entendían qué podrían haber hecho tan mal. Un tenue rayo de lo que es
la esperanza les iluminó cuando, a los dieciocho, se echó un amiguete, el
primer amigo humano del que tenían constancia, que lo convenció para ir al
psicólogo. El primer día lo hizo muy bien, se presentó diciendo lo que él le
había dicho que dijera: “Doctor, tengo un problema, soy ciberadicto…” y
continuó contándole su vida hasta el día en que le pusieron una Game Boy entre
las manos. El segundo día se aburrió
inmensamente escuchándolo hablar de autocontrol y a la tercera cita no
volvió a aparecer.
Por esas fechas instalaron en su casa un ordenador, y sus padres,
antes preocupados porque su hijo no aparecía nunca, tuvieron nuevas razones:
ahora, su pequeño de casi diecinueve que no tenía el graduado escolar, no salía
de la habitación del ordenador.
No pudiendo resistir a las peticiones del niño, acabaron, además,
poniendo internet, cambiando su cama al cuarto del ordenador y comprando una
gran silla. Pues ya que iba a pasar allí tantas horas, diciendo que estudiaría
en el ordenador, más valía que estuviera bien cómodo.
Ahora sí que ya no existía salvación, teniendo la oportunidad de
conocer y respaldarse en otros topos que, como él, habían escogido la oscuridad
de sus habitaciones, el fervor de los videojuegos on line , los grandes cascos
para oír las soundtracks … Se diría que en aquel tiempo su cuerpo adelgazó, su
rostro palideció, sus dedos se crisparon, su pelo y su barba crecieron sin
nadie que les prestara atención y sus ojos consiguieron un aire vago y cansado
que se hizo crónico y que le acompañaría de por vida. Un día desatendió sacar
la ropa sucia del cuarto, otro
directamente olvidó ducharse, otro el ir a trabajar…
Un día encontró a su madre llorando y a su padre de brazos cruzados en
la puerta, con una maleta a los pies y con una expresión dura en los ojos.
“Tienes que irte”, anunció él. Y desconcertado preguntó que adónde. Su padre
respondió que había tenido veintisiete años para labrarse una vida, como habían
hecho todos, y que si no lo había hecho era problema suyo.
Así es como el chico llegó a convertirse en un mendigo que, sintiéndose
miserable, advertía a todos cuantos pasaban por la acera cara al móvil, la
nueva novedad, escuchando a saber qué en los grandes cascos o en los finos
auriculares, aislados completamente de todo lo que les rodeaba, de que si los
usaban demasiado acabarían siendo sus compañeros de miseria.
Lorena Pérez, tercer premi.
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